Elementos compartidos de Alexander

jueves, 11 de septiembre de 2008

"Con el teatro se puede ensayar la vida"



Foto: Juan Faustos


Entrevista al dramaturgo argentino Arístides Vargas

Un padre viaja a la Patagonia a visitar a su hijo, un preso político en la época de la dictadura argentina de los años 70. Al volver a casa, luego del periplo, el hombre muere de un ataque al corazón. Esa es la historia que ronda a Arístides Vargas, dramaturgo argentino radicado hace más de 30 años en el Ecuador.

Cuando estuvo dispuesto a escribir la historia de su padre y de su hermano (hizo el viaje y visitó la cárcel) terminó creando otra obra: “La razón blindada”. “Las obras no las elige uno, ellas eligen al escritor”, dice. “Y está bien que sea así, porque eso hace que uno escriba permanentemente en busca de esa obra perdida en su interior”.

Vargas, director-fundador del grupo quiteño Malayerba, y quien llegó exiliado al Ecuador en 1976, está en Guayaquil para dictar un taller de dramaturgia en el marco del XI Festival Internacional de Artes Escénicas de Guayaquil.

¿Cómo marcó el exilio su forma de hacer teatro?
El exilio se manifiesta en un especie de no espacialidad concreta. Siempre he trabajado en una franja errante, nómada, que no tiene un sitio específico, pero sí se lo reconoce como América Latina. El exilio es terrible, pero da la posibilidad de que una memoria se conforme de muchas memorias.

¿Su estancia en Ecuador le ha quitado incluso su acento argentino?
Todo el mundo cree que soy costeño, guayaquileño o manabita, porque ya no hablo como argentino. Son las mezclas propias de esta época; creo que este teatro que yo escribo, de pronto ha cobrado mucha actualidad, justamente porque en estos tiempos la gente se mueve mucho.

¿Su dramaturgia marcada por la poética del humor y la amargura, termina reflejando el problema de la migración?
La migración también es una suerte de exilio. Es decir, el espacio en el que uno está no lo protege y si no lo protege lo expulsa de una forma u otra. Lo puede también expulsar bajo el eufemismo de “voy a buscar nuevas fronteras o nuevos espacios para ver si progreso”. Ahora el exilio es económico, yo creo que sigue siendo injusto, por eso ese perfil de amargura.

¿También por eso, el tono de desesperanza?
No es que sea un escritor desesperanzado, sino que la esperanza la dejo para que la tome el espectador. Hay telenovelas suficientes que mienten vendiendo la felicidad. Yo pretendo ser un autor que trabaja con los materiales de la realidad.

¿Le sigue obsesionando, aquella historia sobre el viaje final de su padre?
Esa experiencia la he querido llevar a la dramaturgia. Siempre he querido escribir esa obra y nunca he podido. Uno lleva una obra en su cabeza y termina escribiendo otra.

¿Se ha reconciliando con el hecho del exilio y con su país?
Me he reconciliado a medias, porque uno no termina de aceptar estas formas de castigo. En el año 76 llegué a Ecuador y pasaron dos hechos fundamentales para que me quedara; el Estado me retiró el pasaporte, mucha gente ecuatoriana me dijo, “quédate de ilegal y nosotros te protegemos”, yo confié en ellos y fíjate que ha sido una gran cosa. Desde entonces creo que los países no son paisajes, sino que son personas. Cuando yo digo Ecuador, no me refiero al mismo Ecuador del que hablan los políticos, yo hablo de un país conformado en su gran mayoría por gente extraordinaria y humanamente solidaria.

El taller que dicta esta semana trata sobre la estructura del drama. ¿Qué es lo que se pretende en este curso?
Hay muchas estructuras, muchas teatralidades. Es importante siempre que en primer lugar se reconozca la multiplicidad de posibilidades. En el taller se plantean una serie de ejercicios relacionados con diversas formas de escribir desde el lenguaje mismo.

Pero ese lenguaje en el teatro tiene sus propias particularidades...
Claro, es un texto para ser dicho y no para ser leído, por eso se acerca más a la poesía que a la narrativa desde mi punto de vista. El teatro es un texto agujereado, incompleto; puede ser leído autónomamente, pero solo alcanza la completitud cuando se enfrenta al “otro”. Todo depende de la interpretación y de la lectura que haga el que representa la obra, y el texto revive cada vez que se pone en escena. Quiero decir con esto que es una palabra en transición, en transito hacia las posibilidades de ser leído, montado y puesto en escena. El buen texto dramático, no es aquel que uno lo puede leer y decir, “ay, qué bueno, me gusta”, sino aquel que posibilita la mayor cantidad de lecturas en el escenario; los clásicos son un ejemplo de eso.

¿Se refiere a la posibilidad de reinvención?
A la posibilidad de ser traicionado; decía Borges que es mejor traicionar a otros que traicionarse a sí mismo. Yo como autor soy bastante desprendido con mis cosas, no tengo el prurito de la propiedad y admito la traición.

Usted inició actuando, luego con el grupo Malayerba se hizo director y dramaturgo. ¿Cuál faceta prefiere ahora?
En realidad, me gusta todo lo relacionado con las tablas, he hecho hasta iluminación, y creo que ese gusto radica en el hecho de que el teatro es mucho más leve, mucho más impredecible y más fantástico que la vida.

Permite recrear la realidad...
Se puede ensayar la vida. Aunque, en la vida nunca lleguemos a estrenar, es un ensayo y nada más.

>> Ficha

Nombre:
Arístides Vargas. (Córdoba, Argentina, 1954)
Quién es:
Estudió Teatro en la Universidad de Cuyo. En 1975 tiene que exiliarse en el Ecuador debido al golpe militar. Es fundador de uno de los gru-pos más prestigiosos de América Latina: Malayerba, que dirige en la actualidad. Entre otras, es autor de las obras: “La muchacha de los libros usados”, “Donde el viento hace buñuelos” y “Jardín de pulpos”.
(Publicado también en Diario Expreso de Guayaquil 09/09/2008)

martes, 29 de julio de 2008

Chiquita, una cuerda floja entre realidad y fantasía

Foto: Bolívar Parra


Entrevista con Antonio Orlando Rodríguez Premio Alfaguara 2008.

Cuenta que a los ocho años esscribió su primer best seller, un cuento sobre un oso del zoológico que se escapó de su jaula porque quería ser vigilante de tránsito. “Lo leyeron todos los compañeros de mi clase”. La carrera literaria de Antonio Orlando Rodríguez se ha escalonado entre la literatura infantil y sin etiquetas. Aunque su más reciente publicación es una novela para adultos, es también una historia con olor a infancia. Con Chiquita, que narra la vida de una cantante cubana que en su vida adulta medía solo 66 centímetros, ganó el Premio Alfaguara de Novela 2008. El escritor cubano estuvo en Guayaquil para presentar su libro y hablamos con él sobre el personaje que le cambió la vida.

Usted usa en este libro el tópico del manuscrito, que dota a la historia de realismo, ¿pero, no es un recurso muy viejo?
Es un recurso que han utilizado los novelistas desde tiempos muy antiguos. Ayuda a darle verosimilitud a la novela, a que el lector entre de una manera muy fácil en ese juego que se propone, pero el recurso no por viejo ha perdido efectividad.
El narrador encuentra la historia en una barata de libros. ¿Cómo encontró usted a Chiquita?
Yo encontré la historia de otra forma, mucho más moderna, gracias a la tecnología, porque una amiga me envió por correo electrónico las fotografías de Espiridiona Cenda, “Chiquita”. Ahí me enteré de la existencia del personaje, fue la primera vez que escuché de ella, y a partir de ese momento empecé a investigar sobre su vida, eso fue hace ya seis años.
¿Qué tanto hay de realidad y de ficción en la novela?
Soy un mentiroso profesional y no voy a revelar cuánto de ficción y de realidad hay porque un mago nunca dice al público cual es el “secreto”, pero lo que le voy a decir es que la novela es como una cuerda floja, tiene un extremo atado a la realidad y el otro extremo atado a la fantasía, el lector está invitado a caminar por ella.
¿Luego de encontrar el personaje, cómo fue el proceso de armado de la obra?
Fueron cinco años dedicados a esta novela, tuve primero que investigar sobre la vida del personaje y después estudiar la época, cada ciudad por la que ella pasó, acontecimientos históricos, en una época muy compleja.
¿La obra es también un fresco histórico?
Por supuesto, se presta más atención al personaje, pero sin descuidar el telón de fondo que es como la revisión de toda una época, del cambio del siglo XIX al siglo XX en Cuba y EE.UU.
En algún momento el narrador reconoce un bloqueo al momento de contar la historia. ¿Esa incertidumbre fue también la suya?
Tuve incertidumbres de otro tipo, fue un libro difícil de escribir, me generó muchas dudas, hasta el final no estuve convencido de que estuviera logrado, por suerte finalmente me di cuenta que el libro ya se parecía bastante a lo que había imaginado, pero fue un proceso muy arduo, con muchas dudas probando muchas formas, reescribiendo pasajes completos.
¿Un proceso tortuoso?
La escritura fue difícil, quería que fuera un libro muy fácil de leer, muy transparente, muy dinámico y todo eso me exigió mucho trabajo. Es lo mejor que yo pude escribir en ese momento.
Chiquita es una novela con muchos guiños acerca de lo infantil...
Mezclo elementos que son propios de las historias infantiles con elementos de novelas para adultos, el resultado es lo que se podría catalogar como una especie de cuento de hadas no apto para menores.
El premio es también un compromiso para el futuro con sus nuevos lectores...
Siempre cuando ganas un premio como este tienes sobre ti muchas miradas, una gran presión. Yo trataré de escribir un próximo libro, sin que eso interfiera mucho, tratando de divertirme, tratando de contar una buena historia, tratando de que me guste básicamente a mí; porque pienso que los libros primero tienen que gustarle a quien los escribe, para que tenga la posibilidad de gustarle a otras personas. Que te guste a ti es lo que lo hace auténtico y lo que puede hacer que encuentre resonancia.
¿Ya tiene pensado de qué se va a tratar el próximo libro?
También va a desarrollarse en el pasado, me gustan mucho las historias que transcurren en el ayer. Me encanta todo ese trabajo de arqueología histórica para hacer la escenografía del libro, esa puesta en escena. Va a ser un libro que se desarrollará en La Habana a principios del siglo XX, solo que esta vez va a tener un protagonista masculino.
¿Un personaje histórico, como Chiquita?
Chiquita es un personaje muy singular que había caído en el olvido y extrañamente, tuvo la suerte de un descubridor por así decirlo. Me encantó trabajar con ella, me fascinó su independencia, su temperamento, tuvo todas las exigencias de una diva pero en miniatura y me encantó también recrear su vida amorosa , escandalosa, incluso para el día de hoy. Una mujer atrevida con mucha fuerza, con mucha autenticidad, pero es un personaje que se presenta una sola vez en la vida.

Ficha personal
Nombre: Antonio Orlando Rodríguez. Nació en Ciego de Ávila, Cuba en 1956. Escritor, editor y periodista. Licenciado en periodismo en la Universidad de La Habana, aunque nunca ha sido “un periodista de 24 horas”. Es autor de la novela para adultos Aprendices de brujo (Alfaguara 2002) y de obras para niños como El rock de la momia y La isla viajera.

sábado, 2 de febrero de 2008

Vuelve Rambo, más viejo, pero con más balas

Sylvester Stallone es un pacifista convencido. Lo que pasa es que se expresa a golpe de metralleta.

Tres muertos por minuto es el promedio de la cuarta entrega, que lleva como titulo John Rambo.

La progresión de cadáveres ha sido espectacular según calcula la prensa británica: uno en Acorralado; 69 en Rambo II, 132 en Rambo III y 236 en la que parece no ser la última de las secuelas.