Elementos compartidos de Alexander

martes, 26 de mayo de 2009

Sor Elena, la dama de las palomas

Zona Crónica (Guayaquil, Ecuador)

Dedicó su vida a cuidar a los enfermos. Pero ahora ha decidido ocupar el tiempo que le queda de vida a cuidar y alimentar a los animales.


Fotos: Alex Lima



Desde horas antes cientos de palomas ocupan los cables telefónicos y las torres del ingreso principal al centro comercial Policentro, en el Norte de Guayaquil.
Algunas se posan sobre el busto y ensucian la figura de José Santiago Castillo (Josancas), y otras aves bajan al suelo 'engravillado', donde todas las tardes tiene lugar un festín de maíz y migas de pan.
Las aves revolotean en círculos espantadas por un transeúnte o huyen en estampida, al escuchar el resoplo de animal grande de un bus del servicio público.
Algunas personas se deleitan con el sencillo espectáculo y casi todos se preguntan de dónde habrán salido tantas palomas: cada día parecen aumentar en número.
Para cuando la vieja camioneta Ford, roja y de doble cabina, se sube al parterre y se parquea bajo el puente elevado, junto a los motivos coloridos de uno de los pilares, los alborotados pájaros llenan el cielo y alegran el paisaje.
Parece cuento, pero la camioneta la conduce una anciana de 82 años, de baja estatura y delgada, que apenas puede con las cuatro fundas de maíz y pan. Como en un rito, la dama de los ojos gateados, del vestido azul y del cabello siempre oculto, alimenta a las aves todos los días desde hace 18 años.
Son las cinco y cuarenta de la tarde y los jóvenes que trabajan limpiando parabrisas en el semáforo se apresuran a ayudar a Sor Elena (se rehúsa a dar su apellido, solo así quiere que la conozcan).
Los jóvenes también reciben algún pan o empanada de manos de la anciana.
Se trata de una monja que perteneció a la orden de las Hermanas de la Caridad, que dedicó toda su vida a cuidar a los enfermos y que ha decidido ocupar sus últimos días en los animales. Hasta hace poco trabajaba en el Asilo de Ancianos Plaza Dañín, cerca del punto, aún colabora con el auspicio llevando las donaciones de alimentos que obtiene de conocidos, en comercios y restaurantes.
Pero cada vez le dedica más tiempo a las palomas y los gatos.
La impulsa el amor por lo que ella llama sus hermanos menores.
"Si algo grato y noble ha pisado la tierra son los animales, son muchas veces más agradecidos que los propios seres humanos".
A través de ella se cumple una parte del Evangelio: las aves del cielo no siembran ni tienen graneros, pero el Padre Celestial las alimenta. "Dios nos ha puesto esta mística en el corazón, entonces veo que a través de nosotros (las personas a las que nos gustan los animales) se cumple lo que dice la palabra: el Padre Celestial los alimenta".
Según los jóvenes que trabajan en los semáforos de la intersección de la avenida del Periodista y Plaza Dañín, 'se ve que la monjita disfruta de su labor'. Pocas veces permite que los chicos la ayuden a repartir la comida, ellos se limitan solo a dejarle las fundas junto a la verja que rodea el busto de Castillo.
Siempre en el mismo orden, la anciana desperdiga por el suelo primero las migas del pan viejo, que ha comprado o le han obsequiado y a los que luego les ha puesto agua para ablandar. Luego comienza a lanzar el maíz, las palomas van comiendo por turnos, cuando algunas se espantan, las que esperan en los cables aterrizan en el pequeño espacio triangular.
Sor Elena trabajó por muchos años de enfermera en distintos centros asistenciales de la ciudad. Destina la mitad de su jubilación "a compartir con los seres que necesitan". Un quintal de maíz le dura solo tres días.
Además, hay dos personas que la ayudan económicamente: vieron su labor desinteresada y decidieron colaborarle. Una ayuda que le viene muy bien, pues reconoce que la jubilación cada vez le alcanza menos e invita a personas que le quieran colaborar a acercarse al lugar a donde llega todas las tardes de 17:30 a 18:00.

Josancas. El busto del escritor y periodista José Santiago Castillo (quien fuera director de Diario El Telégrafo de Guayaquil), ubicado a las afueras del Policentro, sirve de pista de despegue de las cientos de aves que se reúnen allí todas las tardes.


Con la Virgen como copiloto
El alimentar a las aves del Policentro le toma una media hora.
Cuando el último pucho de maíz de la última taza se acaba, Sor Elena se guarda las fundas en los bolsillos de su vestido azul y se dirige hacia la Ford roja. Conduce hace 40 años y cuenta con su vieja camioneta desde la época del gobierno de Abdalá Bucaram: el carro son como sus piernas, sin él no podría hacer nada.
No siente miedo de conducir y saca el vehículo con facilidad entre el tráfico feroz de las 19:00. Sienta a la Virgen María a su lado, la convoca: no permitas que me quede sin gasolina, no permitas que se me vare en media calle, llévame de tus manos.
Le va cantando en el camino, lleva a la Madre de Dios en la mente y en el corazón: la siente palpable a su lado y casi nunca le pasa nada.
Conduce a máximo 30 kilómetros por hora, el Ford produce un sonido como de tractor. "No sé ni cómo anda todavía".
Otro ciento de palomas la esperan cerca de allí, a las afueras del Pensionado Cardenal Julius Dofner, en Plaza Dañín. Allí también aguardan ansiosos su llegada Makuko y Koky Ranger, Betthoben y Zuleica, perros de las casas vecinas a las que la monja le suele dar una galleta.
A las 18:50 riega sobre la acera la última taza de maíz cualquiera pensaría que allí termina todo, pero la noche recién empieza para Sor Elena. Conduce hasta su morada a cocinar cabezas de pollo, que ha comprado y faenado en la mañana para alimentar a las decenas de gatos que viven con ella y a otros callejeros en varios puntos de la ciudad: en total son unos 80 mininos.
El periplo de los gatos comienza a las 21:00 y luego se suele parquear a las afueras de restaurantes de la zona de la avenida Orellana, por el hotel Hilton, donde le regalan desperdicios y comida sobrante. Suele llegar a su casa a las 1 de la mañana y al día siguiente, a las 08:30, comienza nuevamente su rutina.
Lavar los trastos del día anterior, comprar las cabezas de pollo y el maíz cuando se necesita. Visitar en la mañana los restaurantes y comercios, en busca de alguna legumbre, de una cabeza de albacora o huesos de chivo que pueda llevar al asilo de ancianos. Regresar en la tarde a hacer las migajas de pan...
La madre reconoce que Dios le dio su vocación y mística de servicio, pero también una pesada cruz, pues su labor requiere de sacrificio y entrega, e implica muchos desprendimientos y renunciaciones.
La mujer creció en el ambiente de servir a los demás, al amparo de las Hermanas de la Caridad con las que estudió. Todos sus familiares cercanos ya han muerto: sus padres y sus seis hermanos.
En Quito tiene algunos sobrinos que ya ni siquiera la conocerán, pues dejó hace 50 años la capital. Siente tristeza de estar tan sola en el mundo y le preocupa quién verá por ella cuando se enferme confía en que Dios, como siempre lo ha hecho, le ponga alguien en el camino. A Sor Elena le da pena pensar qué será de las palomas y los gatos cuando ella ya no esté se pregunta cuántos días la esperarán en vano. "No quisiera morirme nunca y al mismo tiempo quisiera morirme por no ver tanta maldad".

sábado, 23 de mayo de 2009

Diario de "El buscador de oro"

Jean-Marie Le Clézio traza una metáfora sobre el viaje y la búsqueda de la felicidad

30 años narra este libro de Le Clézio, un gran viajero fascinado por los mundos primarios.

Los hombres le ponen precio a la felicidad. Creen que el dinero lo resolverá todo, les devolverá el paraíso perdido, cualquiera que este sea. Y se empeñan en obtenerlo a toda costa. Trabajan duro por él, sueñan con el día en que será suficiente. Quizás comprenden tarde, que la felicidad está en otra parte, está en lo que siempre hemos poseído y que ni siquiera la muerte nos podrá arrebatar.

¿Pero, no es ese proceso de búsqueda algo que también pasamos a poseer? De eso trata El buscador de oro, novela del más reciente premio Nobel de Literatura, el francés Jean-Marie Le Clézio. Una obra cargada de esa inquietud por la humanidad "fuera y debajo de la civilización reinante" por la que la academia sueca lo distinguió con tal alto honor.

Es muchas cosas este libro que parece escrito sin pretensión alguna: exploración del fracaso, novela de aventuras, la historia de un viaje que "es como la muerte, sin retorno". Aquí, no solo que se puede rastrear una parte de la experiencia vital del Nobel, sino también sus obsesiones: las culturas postergadas, la naturaleza, los dilemas del ser humano.


El buscador de oro es la historia de Alexis (Ali), quien narra en primera persona a la manera de un diario. Es desde niño un aventurero, su padre obsesiona su infancia con la existencia de un misterioso tesoro.

Junto a sus padres y a su hermana, Ali vive en el Boucan, en las Islas Mauricio hasta donde emigró la familia de Le Clézio.

Un país insular ubicado al suroeste de las costas orientales de África.

Un paraíso tropical para los dos pequeños hermanos, caminan descalzos, trepan a los árboles, hacen amistad con los criollos, indígenas y negros corren por la arena, escrutan las estrellas, nadan en el mar, como aislados del mundo.

Hasta que en un momento más allá del primer capítulo, un huracán se lleva la vida que han conocido y termina de arruinar a la familia. El padre muere, conocen la pobreza y se exilian en la ciudad lejos del mar, del valle y las montañas, lejos del paraíso que nunca se resignarán a perder. Para recuperarlo, al ahora joven Alexis L'Étang le queda solo su pasión por 'el misterio': las indicaciones del pirata, viejos papeles, un mapa y un criptograma.

Le queda la historia paterna del Corsario desconocido, del tesoro escondido en Rodrigues.
La República de la Isla Mauricio, incluye además las islas de San Brandón, Agalega y las misma Rodrigues. La descripción y belleza de estas y otras ínsulas de la región pasan por las páginas de este libro, con su protagonista a bordo del Zeta, una goleta en la que se embarca en busca de su destino. La travesía marina, la vida a bordo es otra maravilla de subnovela.

La prosa, de una cautivadora belleza, lleva al lector suavemente, como la figura oscura del Zeta sobre las crestas de las olas.

L'Étang se convierte en un hombre que disfruta de la vida primaria, se identifica y se alinea del lado de los oprimidos.

Llega a Rodrigues y se instala en la Ensenada de los Ingleses en busca del tesoro, encontrará el amor en la belleza exótica de Ouma, una aborigen que aplacará su soledad.

Pasará meses, años en la búsqueda, se convertirá en otro, renunciará al tesoro para ir a la guerra (un bloque del libro cuenta las crueldades de la I Guerra Mundial), volverá a Rodrigues. ¿Luego? La ansiedad del tesoro cada vez más cerca, la inusitada fuerza del regreso a Mauricio, el encuentro familiar y un desencuentro con el amor. La certeza de que la vida no juega limpio.

El autor
Jean-Marie Gustave Le Clézio. Una vida cifrada por los viajes.
Nació en Niza, Francia, en 1940, en el seno de una familia emi-grada a Isla Mauricio. Su prime-ra novela El atestado obtuvo el Premio Renaudot en 1963 . De una literatura existencial y de experimentación formal, dio un viraje y pasó a abordar temas como la infancia o los viajes.Editorial Norma. La otra orilla. 291 págs. Colombia, 2008.

domingo, 10 de mayo de 2009

El poeta que enfrenta las morisquetas de la muerte

Foto: Bolívar Parra.


Entrevista a Fernando Artieda, poeta y periodista ecuatoriano.


"Sigo escribiendo porque no me imagino a mí mismo haciendo otra cosa. Porque estoy sentenciado a palabra perpetua".

El escritor guayaquileño Fernando Artieda sabe que "El alcahuete de Onán", libro de poemas que presentó en enero (2009), es el último que publica. "Una terrible enfermedad me está matando a pedazos y es presumible que el tiempo no me alcance para ejecutar otro", escribe en la contracarátula en un texto duro, diáfano y con la lucidez que lo caracteriza.

En ese tono respondió las preguntas que le formulamos vía correo electrónico.

¿Qué supone este nuevo libro en el marco de su producción literaria y en su vida?
En mi obra, asistir a los abismos siniestros de la duda. Yo que siempre fui tan seguro de mí y de mis cosas. En mi vida, acoderar la certeza de que esto ya termina, que está por caer el telón y que es mentira que el espectáculo debe continuar.

¿Hace cuánto escribió estos versos y cuál fue el principal desafío para llevarlos al papel?
Son recientes. Desde que me di cuenta de que me voy a morir de todos modos, creí que sería bueno hacer un balance "check to check" (comparativo) con la cantante calva. Allí me di cuenta que es cierto lo que Kili Gil decía: "aunque el muerto sea narizón any way (de cualquier forma) la calavera es ñata". Pero además es un resumen de anhelos incumplidos, de pecados yuxtapuestos, de esperanzas irredentas, de culpas, de muchas culpas.

¿Qué retos significaron?
La computadora y el temblor de mis manos no me ayudaron mucho, pero seguiré escribiendo hasta el último día. Hasta que mis hijos o mi mujer tengan la paciencia para copiar o grabar lo que les dicte.

¿Quién es El alcahuete y quién Onán?
Según el mito bíblico, Onán desobedece el mandato supremo de embarazar a la ex mujer de su hermano y peca de desobediencia que no de bastardía, cuando escupe su milagro hacia la nada creadora.
Onán es el amor filial a rajatabla. Yo adhiero a él. Soy el alcahuete de su coitus interruptus.

¿Por qué seguir escribiendo?
Buena pregunta para un multimillonario. ¿Para qué seguir trabajando? Yo le digo, porque solo sé leer y escribir. De eso me gané siempre la vida. Porque no me imagino a mí mismo haciendo otra cosa. Porque estoy sentenciado a palabra perpetua. Pero, además, porque -como dijo Jorge Eliecer Gaitán- "yo no soy un hombre, yo soy un pueblo". Y allí, en ese pueblo, está la raíz telúrica de mi canto y el horizonte vertebral de mi destino.

Su definición de poesía.
Mi maestra Aurora Estrada de Ramírez decía: "es la posibilidad de crear belleza a través de la palabra". Medio siglo después yo digo que es la capacidad de hacer milagros aunque estés condenado a los infiernos.

¿Qué fue lo mejor que le dejó la juglaría?
Si nuestro pueblo no lee porque no sabe hacerlo, porque no ha sido suscitado o porque su chirez tiene otras prioridades, que el juglar vaya -pues- y se levante en las tribunas. Es hermoso ver cómo agarran al vuelo la poesía, cómo se aprenden los poemas de memoria, cómo ponen en escena la clave fecunda de su propia jodedera. Eso me dejó la juglaría. Saber que sí se puede. Que la poesía no es un rito histérico de alcohólicos solitarios sino una misa laica para miles. Yo los vi. Nadie me lo ha contado.

¿Y lo mejor del periodismo?
La reportería. El contacto cotidiano con la gente a la hora del dolor o de la concelebración de la alegría. Cuando salimos a las calles para derribar al canalla. Que se vaya, que se vaya.

¿Tampoco los cínicos sirven para los versos, como insinúa uno de sus poemas?
El cinismo ayuda un tiempo como una contribución psicopatológica al gran engaño, pero después se cae. Ser cínico no es bueno casi para nada.
En este poemario ensaya varias definiciones sobre usted mismo.

¿Cómo se resumiría?
Creo que soy un hombre inteligente y bueno que conduce con dignidad el barco de su muerte. Estoy blindado. Por encima del bien y del mal. Por eso es que no pueden tocarme y en cambio yo puedo decirles lo que me da la gana.

¿Qué ha sido lo peor de su enfermedad?
Un accidente de tránsito desató un desorden neuronal en el cerebro que me llevó a la esclerosis lateral amiotrófica. El cerebro ya no manda sobre los músculos y estos van perdiendo masa y movilidad de a poco. Llega un momento en que ya no captas oxígeno y te mueres de un paro cardiorrespiratorio. Es una enfermedad incurable y degenerativa. Para mí, lo peor ha sido ir enmudeciendo. No poder comunicarme, no poder seguir diciendo mis poemas en voz alta, tener que renunciar al "máster de juglaría" del que me hablaba hace poco.

¿Cómo ha sobrellevado las "morisquetas de la muerte", como las llama en uno de los poemas?
Con discreción y decencia. No exhibo mis pústulas ensangrentadas ni clamo conmiseración de nadie. Y no por soberbia sino por el orgullo que me inculcó mi madre cuando citaba a Montalvo: "Roto es descuido. Zurcido es pobreza", me decía Ana Matilde.

¿De qué se arrepiente?
De no haber tenido el suficiente valor para entregar mi vida por la revolución que soñé desde casi niño. De tener que vivir la vergüenza de verla prostituida en manos de ex comunistas que se vendieron a un déspota ilustrado por una miserable menestra de lentejas.

Si volviera a nacer, ¿qué le gustaría ser?
Solo mejor poeta. Es decir, más profesional. Más seguro de que "la muerte es solo un ratito... el canto, la eternidad". (AGV)

*Ficha
Nombre:Fernando Artieda. (Guayaquil, 1945).
Quién es: Ha ejercido el periodismo por 45 años en diversos medios y publicado ocho libros entre narrativa, ensayo y poesía. Pero es principalmente un poeta, un juglar: ha dado recitales con acompañamiento musical ante miles de personas.

Su laureado poema "Pueblo, fantasma y clave de Jota Jota", sobre la muerte del cantante Julio Jaramillo (El ruiseñor de América) alcanzó hondos niveles de percepción popular.

Prácticas del Opus Dei en una novela

Editorial Planeta. 222 páginas. Barcelona, España, 2008.

"Justos por pecadores", libro con vocación de denuncia. El Escritor colombiano Fernando Quiroz revela intimidades de una congregación católica.

Decir que un libro se lee de un tirón, de una sola sentada habla muy bien de él, de su dinámica y eficacia. Ahora bien, en las novelas realmente geniales el lector puede dosificar la lectura para degustarla en sus más pequeñas notas. Justos por pecadores -finalista del Premio Planeta- aunque es una buena novela no requiere de esa dosificación. Es una historia de trama sencilla, lineal, para tomársela de un sorbo.
Sea en la página 25, en la 60 o a la mitad del libro se puede llegar a creer que la historia llegó a su tope, que el resto es previsible y que ya nada nos puede sorprender. El escritor colombiano Fernando Quiroz encuentra siempre la forma de renovar el interés. Nos muestra nuevas aristas, revelaciones o recurre a otros personajes para sustentar giros.
Lo verdaderamente impresionante del libro es el mundo que recrea, el de las prácticas de una secta religiosa que recuerda a las más extremistas o a las medievales. Se trata de un ala conservadora de la Iglesia Católica: el Opus Dei (obra de Dios).
La novela relata la historia de Vicente Robledo, un hombre que después de diez años en la congregación encuentra una razón poderosa para abandonarla e intenta dejar atrás una vida de miedos y culpas que le impiden relacionarse sentimentalmente.
Según la novela, muchos de los miembros están obligados a permanecer enclaustrados en sus sedes, prácticamente asilados del mundo exterior y sobre todo de las mujeres. También se someten a la autoflagelación con látigo y cilicio. Este último es un brazalete de metal con decenas de pequeños clavos apuntando hacia dentro y que "los elegidos" deben atar todos los días durante dos horas a uno de sus muslos, lo más apretado posible "para espantar las debilidades de la carne".
El uso de las disciplinas, como las llamó el creador de la orden (Escrivá de Balaguer), son solo el comienzo del escándalo. Más grave son las manipulaciones, "el lavado de cerebro" y los oscuros propósitos de "la obra".
Vicente decide escapar de la casona donde permanece junto a sus "hermanos" cuando descubre que lo han estado medicando una vez que dio síntomas de rebeldía. Además, le han ocultado una carta de su padre, al que gracias a los dogmas de la "secta" llegó a repudiar por mundano. En ella, su progenitor le comunica que padece una enfermedad terminal y que quiere volver a verlo antes de morir.
Si creen que allí terminan las sorpresas, están equivocados, para mencionar solo una más: al entrar a la secta, Vicente firmó un documento en el que cedía todos sus bienes a la Congregación y por tanto también la herencia de su padre.
El hombre escapa y en el mundo exterior se adivina indefenso, como "un niño al que hay que solucionarle todo", como si volviera a la edad en la que comenzó a desconectarse del mundo, ingresó al Opus a los 14 años. Su renacimiento coincide con una despedida.
"No soy yo quien vengo a acompañarte en tus últimos días, sino que eres tú quien deberá alistarme para una nueva vida", le dice Vicente a su padre.
Fernando Quiroz ha dicho que fue parte del Opus por más de una década a pesar de su experiencia personal realizó una exhaustiva investigación de esta congregación y se contactó con otras personas que la habían abandonado para construir su novela. Aún así, no se puede determinar qué hechos son ciertos y cuáles pertenecen a la ficción.
Si al menos en esto no mintió, en una de las sedes de la congregación -como si se tratara de un batallón de inteligencia- talvez se recorte y archive este artículo y mi nombre se consigne en la lista de los enemigos de la orden.

El autor.-
Fernando Quiroz (Colombia 1964) ha sido editor cultural y columnista del Diario El Tiempo de Colombia. En el 2002 publicó su primera novela "En esas andaba cuando la vi", y en 2006 apareció "Esto huele mal", que cuenta con varias ediciones y que en el 2007 fue llevada al cine. Con "Justos por pecadores" ha sido finalista del Premio Iberoamericano de Narra-tiva PlanetaCasa América 2008.