"Con el teatro se puede ensayar la vida"
Foto: Juan Faustos
Entrevista al dramaturgo argentino Arístides Vargas
Un padre viaja a la Patagonia a visitar a su hijo, un preso político en la época de la dictadura argentina de los años 70. Al volver a casa, luego del periplo, el hombre muere de un ataque al corazón. Esa es la historia que ronda a Arístides Vargas, dramaturgo argentino radicado hace más de 30 años en el Ecuador.
Cuando estuvo dispuesto a escribir la historia de su padre y de su hermano (hizo el viaje y visitó la cárcel) terminó creando otra obra: “La razón blindada”. “Las obras no las elige uno, ellas eligen al escritor”, dice. “Y está bien que sea así, porque eso hace que uno escriba permanentemente en busca de esa obra perdida en su interior”.
Vargas, director-fundador del grupo quiteño Malayerba, y quien llegó exiliado al Ecuador en 1976, está en Guayaquil para dictar un taller de dramaturgia en el marco del XI Festival Internacional de Artes Escénicas de Guayaquil.
¿Cómo marcó el exilio su forma de hacer teatro?
El exilio se manifiesta en un especie de no espacialidad concreta. Siempre he trabajado en una franja errante, nómada, que no tiene un sitio específico, pero sí se lo reconoce como América Latina. El exilio es terrible, pero da la posibilidad de que una memoria se conforme de muchas memorias.
¿Su estancia en Ecuador le ha quitado incluso su acento argentino?
Todo el mundo cree que soy costeño, guayaquileño o manabita, porque ya no hablo como argentino. Son las mezclas propias de esta época; creo que este teatro que yo escribo, de pronto ha cobrado mucha actualidad, justamente porque en estos tiempos la gente se mueve mucho.
¿Su dramaturgia marcada por la poética del humor y la amargura, termina reflejando el problema de la migración?
La migración también es una suerte de exilio. Es decir, el espacio en el que uno está no lo protege y si no lo protege lo expulsa de una forma u otra. Lo puede también expulsar bajo el eufemismo de “voy a buscar nuevas fronteras o nuevos espacios para ver si progreso”. Ahora el exilio es económico, yo creo que sigue siendo injusto, por eso ese perfil de amargura.
¿También por eso, el tono de desesperanza?
No es que sea un escritor desesperanzado, sino que la esperanza la dejo para que la tome el espectador. Hay telenovelas suficientes que mienten vendiendo la felicidad. Yo pretendo ser un autor que trabaja con los materiales de la realidad.
¿Le sigue obsesionando, aquella historia sobre el viaje final de su padre?
Esa experiencia la he querido llevar a la dramaturgia. Siempre he querido escribir esa obra y nunca he podido. Uno lleva una obra en su cabeza y termina escribiendo otra.
¿Se ha reconciliando con el hecho del exilio y con su país?
Me he reconciliado a medias, porque uno no termina de aceptar estas formas de castigo. En el año 76 llegué a Ecuador y pasaron dos hechos fundamentales para que me quedara; el Estado me retiró el pasaporte, mucha gente ecuatoriana me dijo, “quédate de ilegal y nosotros te protegemos”, yo confié en ellos y fíjate que ha sido una gran cosa. Desde entonces creo que los países no son paisajes, sino que son personas. Cuando yo digo Ecuador, no me refiero al mismo Ecuador del que hablan los políticos, yo hablo de un país conformado en su gran mayoría por gente extraordinaria y humanamente solidaria.
El taller que dicta esta semana trata sobre la estructura del drama. ¿Qué es lo que se pretende en este curso?
Hay muchas estructuras, muchas teatralidades. Es importante siempre que en primer lugar se reconozca la multiplicidad de posibilidades. En el taller se plantean una serie de ejercicios relacionados con diversas formas de escribir desde el lenguaje mismo.
Pero ese lenguaje en el teatro tiene sus propias particularidades...
Claro, es un texto para ser dicho y no para ser leído, por eso se acerca más a la poesía que a la narrativa desde mi punto de vista. El teatro es un texto agujereado, incompleto; puede ser leído autónomamente, pero solo alcanza la completitud cuando se enfrenta al “otro”. Todo depende de la interpretación y de la lectura que haga el que representa la obra, y el texto revive cada vez que se pone en escena. Quiero decir con esto que es una palabra en transición, en transito hacia las posibilidades de ser leído, montado y puesto en escena. El buen texto dramático, no es aquel que uno lo puede leer y decir, “ay, qué bueno, me gusta”, sino aquel que posibilita la mayor cantidad de lecturas en el escenario; los clásicos son un ejemplo de eso.
¿Se refiere a la posibilidad de reinvención?
A la posibilidad de ser traicionado; decía Borges que es mejor traicionar a otros que traicionarse a sí mismo. Yo como autor soy bastante desprendido con mis cosas, no tengo el prurito de la propiedad y admito la traición.
Usted inició actuando, luego con el grupo Malayerba se hizo director y dramaturgo. ¿Cuál faceta prefiere ahora?
En realidad, me gusta todo lo relacionado con las tablas, he hecho hasta iluminación, y creo que ese gusto radica en el hecho de que el teatro es mucho más leve, mucho más impredecible y más fantástico que la vida.
Permite recrear la realidad...
Se puede ensayar la vida. Aunque, en la vida nunca lleguemos a estrenar, es un ensayo y nada más.
>> Ficha
Nombre:
Arístides Vargas. (Córdoba, Argentina, 1954)
Quién es:
Estudió Teatro en la Universidad de Cuyo. En 1975 tiene que exiliarse en el Ecuador debido al golpe militar. Es fundador de uno de los gru-pos más prestigiosos de América Latina: Malayerba, que dirige en la actualidad. Entre otras, es autor de las obras: “La muchacha de los libros usados”, “Donde el viento hace buñuelos” y “Jardín de pulpos”.
(Publicado también en Diario Expreso de Guayaquil 09/09/2008)
Un padre viaja a la Patagonia a visitar a su hijo, un preso político en la época de la dictadura argentina de los años 70. Al volver a casa, luego del periplo, el hombre muere de un ataque al corazón. Esa es la historia que ronda a Arístides Vargas, dramaturgo argentino radicado hace más de 30 años en el Ecuador.
Cuando estuvo dispuesto a escribir la historia de su padre y de su hermano (hizo el viaje y visitó la cárcel) terminó creando otra obra: “La razón blindada”. “Las obras no las elige uno, ellas eligen al escritor”, dice. “Y está bien que sea así, porque eso hace que uno escriba permanentemente en busca de esa obra perdida en su interior”.
Vargas, director-fundador del grupo quiteño Malayerba, y quien llegó exiliado al Ecuador en 1976, está en Guayaquil para dictar un taller de dramaturgia en el marco del XI Festival Internacional de Artes Escénicas de Guayaquil.
¿Cómo marcó el exilio su forma de hacer teatro?
El exilio se manifiesta en un especie de no espacialidad concreta. Siempre he trabajado en una franja errante, nómada, que no tiene un sitio específico, pero sí se lo reconoce como América Latina. El exilio es terrible, pero da la posibilidad de que una memoria se conforme de muchas memorias.
¿Su estancia en Ecuador le ha quitado incluso su acento argentino?
Todo el mundo cree que soy costeño, guayaquileño o manabita, porque ya no hablo como argentino. Son las mezclas propias de esta época; creo que este teatro que yo escribo, de pronto ha cobrado mucha actualidad, justamente porque en estos tiempos la gente se mueve mucho.
¿Su dramaturgia marcada por la poética del humor y la amargura, termina reflejando el problema de la migración?
La migración también es una suerte de exilio. Es decir, el espacio en el que uno está no lo protege y si no lo protege lo expulsa de una forma u otra. Lo puede también expulsar bajo el eufemismo de “voy a buscar nuevas fronteras o nuevos espacios para ver si progreso”. Ahora el exilio es económico, yo creo que sigue siendo injusto, por eso ese perfil de amargura.
¿También por eso, el tono de desesperanza?
No es que sea un escritor desesperanzado, sino que la esperanza la dejo para que la tome el espectador. Hay telenovelas suficientes que mienten vendiendo la felicidad. Yo pretendo ser un autor que trabaja con los materiales de la realidad.
¿Le sigue obsesionando, aquella historia sobre el viaje final de su padre?
Esa experiencia la he querido llevar a la dramaturgia. Siempre he querido escribir esa obra y nunca he podido. Uno lleva una obra en su cabeza y termina escribiendo otra.
¿Se ha reconciliando con el hecho del exilio y con su país?
Me he reconciliado a medias, porque uno no termina de aceptar estas formas de castigo. En el año 76 llegué a Ecuador y pasaron dos hechos fundamentales para que me quedara; el Estado me retiró el pasaporte, mucha gente ecuatoriana me dijo, “quédate de ilegal y nosotros te protegemos”, yo confié en ellos y fíjate que ha sido una gran cosa. Desde entonces creo que los países no son paisajes, sino que son personas. Cuando yo digo Ecuador, no me refiero al mismo Ecuador del que hablan los políticos, yo hablo de un país conformado en su gran mayoría por gente extraordinaria y humanamente solidaria.
El taller que dicta esta semana trata sobre la estructura del drama. ¿Qué es lo que se pretende en este curso?
Hay muchas estructuras, muchas teatralidades. Es importante siempre que en primer lugar se reconozca la multiplicidad de posibilidades. En el taller se plantean una serie de ejercicios relacionados con diversas formas de escribir desde el lenguaje mismo.
Pero ese lenguaje en el teatro tiene sus propias particularidades...
Claro, es un texto para ser dicho y no para ser leído, por eso se acerca más a la poesía que a la narrativa desde mi punto de vista. El teatro es un texto agujereado, incompleto; puede ser leído autónomamente, pero solo alcanza la completitud cuando se enfrenta al “otro”. Todo depende de la interpretación y de la lectura que haga el que representa la obra, y el texto revive cada vez que se pone en escena. Quiero decir con esto que es una palabra en transición, en transito hacia las posibilidades de ser leído, montado y puesto en escena. El buen texto dramático, no es aquel que uno lo puede leer y decir, “ay, qué bueno, me gusta”, sino aquel que posibilita la mayor cantidad de lecturas en el escenario; los clásicos son un ejemplo de eso.
¿Se refiere a la posibilidad de reinvención?
A la posibilidad de ser traicionado; decía Borges que es mejor traicionar a otros que traicionarse a sí mismo. Yo como autor soy bastante desprendido con mis cosas, no tengo el prurito de la propiedad y admito la traición.
Usted inició actuando, luego con el grupo Malayerba se hizo director y dramaturgo. ¿Cuál faceta prefiere ahora?
En realidad, me gusta todo lo relacionado con las tablas, he hecho hasta iluminación, y creo que ese gusto radica en el hecho de que el teatro es mucho más leve, mucho más impredecible y más fantástico que la vida.
Permite recrear la realidad...
Se puede ensayar la vida. Aunque, en la vida nunca lleguemos a estrenar, es un ensayo y nada más.
>> Ficha
Nombre:
Arístides Vargas. (Córdoba, Argentina, 1954)
Quién es:
Estudió Teatro en la Universidad de Cuyo. En 1975 tiene que exiliarse en el Ecuador debido al golpe militar. Es fundador de uno de los gru-pos más prestigiosos de América Latina: Malayerba, que dirige en la actualidad. Entre otras, es autor de las obras: “La muchacha de los libros usados”, “Donde el viento hace buñuelos” y “Jardín de pulpos”.
(Publicado también en Diario Expreso de Guayaquil 09/09/2008)
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