Elementos compartidos de Alexander

domingo, 10 de mayo de 2009

El poeta que enfrenta las morisquetas de la muerte

Foto: Bolívar Parra.


Entrevista a Fernando Artieda, poeta y periodista ecuatoriano.


"Sigo escribiendo porque no me imagino a mí mismo haciendo otra cosa. Porque estoy sentenciado a palabra perpetua".

El escritor guayaquileño Fernando Artieda sabe que "El alcahuete de Onán", libro de poemas que presentó en enero (2009), es el último que publica. "Una terrible enfermedad me está matando a pedazos y es presumible que el tiempo no me alcance para ejecutar otro", escribe en la contracarátula en un texto duro, diáfano y con la lucidez que lo caracteriza.

En ese tono respondió las preguntas que le formulamos vía correo electrónico.

¿Qué supone este nuevo libro en el marco de su producción literaria y en su vida?
En mi obra, asistir a los abismos siniestros de la duda. Yo que siempre fui tan seguro de mí y de mis cosas. En mi vida, acoderar la certeza de que esto ya termina, que está por caer el telón y que es mentira que el espectáculo debe continuar.

¿Hace cuánto escribió estos versos y cuál fue el principal desafío para llevarlos al papel?
Son recientes. Desde que me di cuenta de que me voy a morir de todos modos, creí que sería bueno hacer un balance "check to check" (comparativo) con la cantante calva. Allí me di cuenta que es cierto lo que Kili Gil decía: "aunque el muerto sea narizón any way (de cualquier forma) la calavera es ñata". Pero además es un resumen de anhelos incumplidos, de pecados yuxtapuestos, de esperanzas irredentas, de culpas, de muchas culpas.

¿Qué retos significaron?
La computadora y el temblor de mis manos no me ayudaron mucho, pero seguiré escribiendo hasta el último día. Hasta que mis hijos o mi mujer tengan la paciencia para copiar o grabar lo que les dicte.

¿Quién es El alcahuete y quién Onán?
Según el mito bíblico, Onán desobedece el mandato supremo de embarazar a la ex mujer de su hermano y peca de desobediencia que no de bastardía, cuando escupe su milagro hacia la nada creadora.
Onán es el amor filial a rajatabla. Yo adhiero a él. Soy el alcahuete de su coitus interruptus.

¿Por qué seguir escribiendo?
Buena pregunta para un multimillonario. ¿Para qué seguir trabajando? Yo le digo, porque solo sé leer y escribir. De eso me gané siempre la vida. Porque no me imagino a mí mismo haciendo otra cosa. Porque estoy sentenciado a palabra perpetua. Pero, además, porque -como dijo Jorge Eliecer Gaitán- "yo no soy un hombre, yo soy un pueblo". Y allí, en ese pueblo, está la raíz telúrica de mi canto y el horizonte vertebral de mi destino.

Su definición de poesía.
Mi maestra Aurora Estrada de Ramírez decía: "es la posibilidad de crear belleza a través de la palabra". Medio siglo después yo digo que es la capacidad de hacer milagros aunque estés condenado a los infiernos.

¿Qué fue lo mejor que le dejó la juglaría?
Si nuestro pueblo no lee porque no sabe hacerlo, porque no ha sido suscitado o porque su chirez tiene otras prioridades, que el juglar vaya -pues- y se levante en las tribunas. Es hermoso ver cómo agarran al vuelo la poesía, cómo se aprenden los poemas de memoria, cómo ponen en escena la clave fecunda de su propia jodedera. Eso me dejó la juglaría. Saber que sí se puede. Que la poesía no es un rito histérico de alcohólicos solitarios sino una misa laica para miles. Yo los vi. Nadie me lo ha contado.

¿Y lo mejor del periodismo?
La reportería. El contacto cotidiano con la gente a la hora del dolor o de la concelebración de la alegría. Cuando salimos a las calles para derribar al canalla. Que se vaya, que se vaya.

¿Tampoco los cínicos sirven para los versos, como insinúa uno de sus poemas?
El cinismo ayuda un tiempo como una contribución psicopatológica al gran engaño, pero después se cae. Ser cínico no es bueno casi para nada.
En este poemario ensaya varias definiciones sobre usted mismo.

¿Cómo se resumiría?
Creo que soy un hombre inteligente y bueno que conduce con dignidad el barco de su muerte. Estoy blindado. Por encima del bien y del mal. Por eso es que no pueden tocarme y en cambio yo puedo decirles lo que me da la gana.

¿Qué ha sido lo peor de su enfermedad?
Un accidente de tránsito desató un desorden neuronal en el cerebro que me llevó a la esclerosis lateral amiotrófica. El cerebro ya no manda sobre los músculos y estos van perdiendo masa y movilidad de a poco. Llega un momento en que ya no captas oxígeno y te mueres de un paro cardiorrespiratorio. Es una enfermedad incurable y degenerativa. Para mí, lo peor ha sido ir enmudeciendo. No poder comunicarme, no poder seguir diciendo mis poemas en voz alta, tener que renunciar al "máster de juglaría" del que me hablaba hace poco.

¿Cómo ha sobrellevado las "morisquetas de la muerte", como las llama en uno de los poemas?
Con discreción y decencia. No exhibo mis pústulas ensangrentadas ni clamo conmiseración de nadie. Y no por soberbia sino por el orgullo que me inculcó mi madre cuando citaba a Montalvo: "Roto es descuido. Zurcido es pobreza", me decía Ana Matilde.

¿De qué se arrepiente?
De no haber tenido el suficiente valor para entregar mi vida por la revolución que soñé desde casi niño. De tener que vivir la vergüenza de verla prostituida en manos de ex comunistas que se vendieron a un déspota ilustrado por una miserable menestra de lentejas.

Si volviera a nacer, ¿qué le gustaría ser?
Solo mejor poeta. Es decir, más profesional. Más seguro de que "la muerte es solo un ratito... el canto, la eternidad". (AGV)

*Ficha
Nombre:Fernando Artieda. (Guayaquil, 1945).
Quién es: Ha ejercido el periodismo por 45 años en diversos medios y publicado ocho libros entre narrativa, ensayo y poesía. Pero es principalmente un poeta, un juglar: ha dado recitales con acompañamiento musical ante miles de personas.

Su laureado poema "Pueblo, fantasma y clave de Jota Jota", sobre la muerte del cantante Julio Jaramillo (El ruiseñor de América) alcanzó hondos niveles de percepción popular.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fernando Artieda Murió finalmente de un paro cardiorespiratorio el 15de abril de 2010

Distinguido periodista Alexander García, director de la página virtual El Fabulador: Cordial y ecuatorianamente lo saludo, embargado con taciturna saudade solidaria por la luctuosa partida poética del irredentamente irrepetible Fernando Artieda Miranda, egregio exegeta del verbo, metamorfoseado en vigoroso verso y prédica periodística. En estas consternadas circunstancias, permítame adherirme a los testimonios de pesar y acongojado homenaje tributados, por su dolorosa desaparición, al compartir con vuestra tribuna de pensamiento este modesto mensaje crapulírico extraviado de algún tertuliano proscenio del parnaso hospicio, que está ofrendado con sencillez y sinceridad a su insigne memoria, en calidad de haber sido popularmente ungido como elevado exponente de la lírica contemporánea, dentro y fuera de nuestras fronteras patrias. Gracias por la gentil atención que dispensare a esta acongojada esquela. Atentamente, Víctor Garay Oleas, empedernido escanciador de copas rotas con lúdicas luces de bienaventurada bohemia.



Reminiscente rapsodia
con rebelde remezón...

Para Fernando Artieda,
bohemio bardo del alma
y los ñeros sicoseadores


Fue tu sardónica señal de safa cucaracha,
saturado como hiperbólico hombre solidario,
que alentó la combativa consigna ética-estética,
contra la oscura y ominosa osadía mísera
de la macabra mascarada de la muerte,
que fatídicamente se salió con su egolátrica
siniestra sonrisa y carajeante carcajada
que te dejó fulminantemente seco y volteado.
Pero aguerrida y afortunadamente nos legaste
tu luminosa clave de sol y popular algarabía,
a ritmo redoblado de pletórico patalsuelo y
bohemio bardo del alma, con tus cáusticos
cuentos de guerrilleros y otras conspirativas
crónicas periodísticas de tanto luto anunciado,
rescatando del olvido la esencia existencial del
vernacular jilguero y taciturno ruiseñor de América,
nuestro juglaresco y jubiloso míster juramento,
y empedernidamente batallaste belígero hasta
el último sorbo subversivo de tu valerosa vida,
a guerrero golpe guayaco de ñeque y remezón,
porque una gonorrienta golondrina no excreta un
carajo, aunque se amancebase con el alcahuete
de onán y se haya confabulado para exacerbar
tu estremecedora y enmudecedora enfermedad.
En la penumbra vaga vislumbramos apesadumbrados
el sepulcral silencio de tu ausencia y su archivo de
añoranzas, el postrero adiós de tu lírica lejanía, la
rebelde reciedumbre heresiarca de tu huracanada hidalguía,
el magnánimo mensaje reivindicativo con la ronca
voz de oro de tu perdurable palabra poética,
sin tapujos en el torbellino trascendental de tu tintero.
Así nos aferremos o no a la dipsomaniaca disipación
consoladora del conjunto ídolo de los furibundos fanáticos
del astillero, del chulo chuchaquiento, de la putanesca
pundonorosa o el fonomemeco fantasioso, y a pesar de
que aparezca algún otro acicalado bacán de la película, no
claudicaremos en retomar tu sicoseante sendero salsero de
andariego aedo y trovadoresco trashumante quijotesco,
con su vallejiana valentía irreverente cargando a cuestas,
tu modesto morral de fidedignas ilusiones y esperanzas,
tu abnegado arsenal artístico atiborrado de futuro,
tu vigorosamente sarcástico y duro oficio de hacer versos,
tu desnuda y directa búsqueda para la cólera creadora,
y tu categórico compromiso de tributarle tu testimonial
arte contestatario al escarnecido y esquilmado pueblo
que esmerada y esperanzadamente lucha y se rebela.
Benévolo brindis beodo conspicuo cronopio y camarada,
que prodigaste tu sempiterna sabia lección iconoclasta,
al satirizar con tu polémica pluma prodigiosa, protervos
poderes omnímodos que pretenden lapidar la loada libertad.


Víctor Garay Oleas, mayo 2010, Miami-FL.