Sor Elena, la dama de las palomas
Fotos: Alex Lima
Desde horas antes cientos de palomas ocupan los cables telefónicos y las torres del ingreso principal al centro comercial Policentro, en el Norte de Guayaquil.
Algunas se posan sobre el busto y ensucian la figura de José Santiago Castillo (Josancas), y otras aves bajan al suelo 'engravillado', donde todas las tardes tiene lugar un festín de maíz y migas de pan.
Las aves revolotean en círculos espantadas por un transeúnte o huyen en estampida, al escuchar el resoplo de animal grande de un bus del servicio público.
Algunas personas se deleitan con el sencillo espectáculo y casi todos se preguntan de dónde habrán salido tantas palomas: cada día parecen aumentar en número.
Para cuando la vieja camioneta Ford, roja y de doble cabina, se sube al parterre y se parquea bajo el puente elevado, junto a los motivos coloridos de uno de los pilares, los alborotados pájaros llenan el cielo y alegran el paisaje.
Parece cuento, pero la camioneta la conduce una anciana de 82 años, de baja estatura y delgada, que apenas puede con las cuatro fundas de maíz y pan. Como en un rito, la dama de los ojos gateados, del vestido azul y del cabello siempre oculto, alimenta a las aves todos los días desde hace 18 años.
Son las cinco y cuarenta de la tarde y los jóvenes que trabajan limpiando parabrisas en el semáforo se apresuran a ayudar a Sor Elena (se rehúsa a dar su apellido, solo así quiere que la conozcan).
Los jóvenes también reciben algún pan o empanada de manos de la anciana.
Se trata de una monja que perteneció a la orden de las Hermanas de la Caridad, que dedicó toda su vida a cuidar a los enfermos y que ha decidido ocupar sus últimos días en los animales. Hasta hace poco trabajaba en el Asilo de Ancianos Plaza Dañín, cerca del punto, aún colabora con el auspicio llevando las donaciones de alimentos que obtiene de conocidos, en comercios y restaurantes.
Pero cada vez le dedica más tiempo a las palomas y los gatos.
La impulsa el amor por lo que ella llama sus hermanos menores.
"Si algo grato y noble ha pisado la tierra son los animales, son muchas veces más agradecidos que los propios seres humanos".
A través de ella se cumple una parte del Evangelio: las aves del cielo no siembran ni tienen graneros, pero el Padre Celestial las alimenta. "Dios nos ha puesto esta mística en el corazón, entonces veo que a través de nosotros (las personas a las que nos gustan los animales) se cumple lo que dice la palabra: el Padre Celestial los alimenta".
Según los jóvenes que trabajan en los semáforos de la intersección de la avenida del Periodista y Plaza Dañín, 'se ve que la monjita disfruta de su labor'. Pocas veces permite que los chicos la ayuden a repartir la comida, ellos se limitan solo a dejarle las fundas junto a la verja que rodea el busto de Castillo.
Siempre en el mismo orden, la anciana desperdiga por el suelo primero las migas del pan viejo, que ha comprado o le han obsequiado y a los que luego les ha puesto agua para ablandar. Luego comienza a lanzar el maíz, las palomas van comiendo por turnos, cuando algunas se espantan, las que esperan en los cables aterrizan en el pequeño espacio triangular.
Sor Elena trabajó por muchos años de enfermera en distintos centros asistenciales de la ciudad. Destina la mitad de su jubilación "a compartir con los seres que necesitan". Un quintal de maíz le dura solo tres días.
Además, hay dos personas que la ayudan económicamente: vieron su labor desinteresada y decidieron colaborarle. Una ayuda que le viene muy bien, pues reconoce que la jubilación cada vez le alcanza menos e invita a personas que le quieran colaborar a acercarse al lugar a donde llega todas las tardes de 17:30 a 18:00.
Con la Virgen como copiloto
El alimentar a las aves del Policentro le toma una media hora.
Cuando el último pucho de maíz de la última taza se acaba, Sor Elena se guarda las fundas en los bolsillos de su vestido azul y se dirige hacia la Ford roja. Conduce hace 40 años y cuenta con su vieja camioneta desde la época del gobierno de Abdalá Bucaram: el carro son como sus piernas, sin él no podría hacer nada.
No siente miedo de conducir y saca el vehículo con facilidad entre el tráfico feroz de las 19:00. Sienta a la Virgen María a su lado, la convoca: no permitas que me quede sin gasolina, no permitas que se me vare en media calle, llévame de tus manos.
Le va cantando en el camino, lleva a la Madre de Dios en la mente y en el corazón: la siente palpable a su lado y casi nunca le pasa nada.
Conduce a máximo 30 kilómetros por hora, el Ford produce un sonido como de tractor. "No sé ni cómo anda todavía".
Otro ciento de palomas la esperan cerca de allí, a las afueras del Pensionado Cardenal Julius Dofner, en Plaza Dañín. Allí también aguardan ansiosos su llegada Makuko y Koky Ranger, Betthoben y Zuleica, perros de las casas vecinas a las que la monja le suele dar una galleta.
A las 18:50 riega sobre la acera la última taza de maíz cualquiera pensaría que allí termina todo, pero la noche recién empieza para Sor Elena. Conduce hasta su morada a cocinar cabezas de pollo, que ha comprado y faenado en la mañana para alimentar a las decenas de gatos que viven con ella y a otros callejeros en varios puntos de la ciudad: en total son unos 80 mininos.
El periplo de los gatos comienza a las 21:00 y luego se suele parquear a las afueras de restaurantes de la zona de la avenida Orellana, por el hotel Hilton, donde le regalan desperdicios y comida sobrante. Suele llegar a su casa a las 1 de la mañana y al día siguiente, a las 08:30, comienza nuevamente su rutina.
Lavar los trastos del día anterior, comprar las cabezas de pollo y el maíz cuando se necesita. Visitar en la mañana los restaurantes y comercios, en busca de alguna legumbre, de una cabeza de albacora o huesos de chivo que pueda llevar al asilo de ancianos. Regresar en la tarde a hacer las migajas de pan...
La madre reconoce que Dios le dio su vocación y mística de servicio, pero también una pesada cruz, pues su labor requiere de sacrificio y entrega, e implica muchos desprendimientos y renunciaciones.
La mujer creció en el ambiente de servir a los demás, al amparo de las Hermanas de la Caridad con las que estudió. Todos sus familiares cercanos ya han muerto: sus padres y sus seis hermanos.
En Quito tiene algunos sobrinos que ya ni siquiera la conocerán, pues dejó hace 50 años la capital. Siente tristeza de estar tan sola en el mundo y le preocupa quién verá por ella cuando se enferme confía en que Dios, como siempre lo ha hecho, le ponga alguien en el camino. A Sor Elena le da pena pensar qué será de las palomas y los gatos cuando ella ya no esté se pregunta cuántos días la esperarán en vano. "No quisiera morirme nunca y al mismo tiempo quisiera morirme por no ver tanta maldad".
2 comentarios:
Estimado Alexander,
me haz hecho viajar en el infinito campo de la imaginación, disfrute de tu narrativa y de las fotos de Lima pero de estas me faltaron algunas, espero que sigas poniendo más alpiste para los pajaros que volamos con los sueños.
Gracias por escribir, Guillermo
Estimado Guillermo.
Alagadoras tus palabras, dan fuerza para continuar subiendo notas a este a veces descuidado espacio. Trataré de subir un par de fotos más de lima sobre Sor Elena.
Espera el fin de semana otra cronica que no he subido porque he extraviado las fotos.
Gracias por tu comentario.
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